"Tratamiento revolucionario que regenera la piel de forma intensa. Estimula el metabolismo celular energizando la piel y penetrando hasta la dermis y el tejido graso subcutáneo (por lo menos). Llena la piel de hidratación, del agua pura que baja de las montañas del abuelo de Heidi. Aclara las manchas alisando el tono de la piel. Previene y mejora la apariencia de los 25 signos de envejecimiento, entre otros, arrugas y líneas finas. Sentirás una piel más tersa, más llena de juventud. Sus pigmentos reflectores de luz harán desaparecer cualquier marca o cicatriz. Día a día sentirás cómo tu piel rejuvenece y se llena de luz, de armonía. Te sentirás más bella, más llena de energía. Notarás cómo tu piel resplandece y está cada vez más firme y suave. El extracto de pitera, la esencia del cactus y la baba del caracol, el efecto botox y los milenarios conocimientos de la sabiduría oriental, se reúnen en esta crema inigualable..."
¡JA!
Y mira que lo tengo claro desde hace años. Que a mi piel con tendencia acnéica no puedo echarle cualquier cosa, que la piel no entiende de marcas. Sin embargo, una vez más, voy y me lo creo. Me visualizo al día siguiente con la cara de Giselle Bundchen o, mejor dicho, de Giselle Bundchen cuando tenía 15 años.
Los que redactan los prospectillos de las cremas son psicólogos de altura. Saben que nos gusta mucho leer que vamos a estar más guapas y más tersas, impresionantes y estupendas; que si te echas su potingue es como si llevaras puesto un Chanel. Oye, y es que te lo lees y ya te lo estás creyendo. Habría que meterlos en la cárcel a todos.
¿Que por qué digo esto? Porque piqué hace dos semanas. Otra vez.
Yo iba a por mi crema normalita no comedogénica, que no reflejará la luz ni penetrará hasta el alma, pero que cumple su modesta misión de no darme disgustos. De repente, me vi deslumbrada por una estudiada imagen de marketing de una revolucionaria crema cara de las que ponen la foto de una supermodelo sin poros y tienen un frasco de diseño. El amable dependiente me juró sobre la tumba de su madre que la crema no me produciría granos. "Ni granos ni grasa", insistió. No pareció saber muy bien qué es el petrolatum ni el parafinum liquidum (mis dos venenos odiados) pero me juró que de grasa, ni hablar , y me miró en plan "qué cosas tan tontas y raras me pregunta esta mujer".
No os creáis que me lo tragué todo a la primera, no. Tengo por costumbre pedir la caja y leerme la composición. No sé nada de química, pero si sé cuáles son los ingredientes venenosos y ¿qué encontré en la caja? Ni rastro de ellos.
Tuve la precaución de pedirle muestras para usarlas primero -en el fondo voy a aprendiendo-, además de llevarme la crema. Cara carísima, por supuesto. Hay que pagar el frasco, la campaña de marketing y a la modelo.
¿Y qué ocurrió? Pues que a la semana tuve que ir a la tumba de la madre del dependiente a pedirle cuentas con mi cara hecha un mapa, una erupción del Vesubio. Devolví la crema sin estrenar, claro, y me fui directa a adquirir mi humilde cremita de frasco feo, además de tres lociones antigranos. Me sobró dinero y todo.
Llevo una semana pelándome sobre la susodicha tumba y sobre la modelo sin poros.
Por cierto, que yo sepa, no hay crema que penetre hasta la dermis, ni que pueda restituir el volumen de grasa subcutánea perdido, ni que tenga efecto botox, ni que ponga tu cara en estado de adolescencia. Lo de las babas de caracol además de una soberana tomadura de pelo, me parece una asquerosidad. Es una venganza contra las mujeres. Alguien debe estar riéndose a nuestra costa. Menos mal que hasta ahí no he caído.
Voy a demandarlos a todos. Lo de las tabacaleras no va a ser nada comparado con mi guerra contra las cremas. Si supiérais la cantidad de porquerías que llevan, las miraríais con asco: las doce plagas de Egipto, granos incluidos.
Os recomiendo que penséis bien lo que os echáis. Os recomiendo ir a un buen dermatólogo a que os aconseje, porque los prospectos de las cremas y sus macro campañas de marketing están pensadas por charlatanes y cuentistas que saben muy bien que el hombre es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra. O mil.
¡JA!
Y mira que lo tengo claro desde hace años. Que a mi piel con tendencia acnéica no puedo echarle cualquier cosa, que la piel no entiende de marcas. Sin embargo, una vez más, voy y me lo creo. Me visualizo al día siguiente con la cara de Giselle Bundchen o, mejor dicho, de Giselle Bundchen cuando tenía 15 años.
Los que redactan los prospectillos de las cremas son psicólogos de altura. Saben que nos gusta mucho leer que vamos a estar más guapas y más tersas, impresionantes y estupendas; que si te echas su potingue es como si llevaras puesto un Chanel. Oye, y es que te lo lees y ya te lo estás creyendo. Habría que meterlos en la cárcel a todos.
¿Que por qué digo esto? Porque piqué hace dos semanas. Otra vez.
Yo iba a por mi crema normalita no comedogénica, que no reflejará la luz ni penetrará hasta el alma, pero que cumple su modesta misión de no darme disgustos. De repente, me vi deslumbrada por una estudiada imagen de marketing de una revolucionaria crema cara de las que ponen la foto de una supermodelo sin poros y tienen un frasco de diseño. El amable dependiente me juró sobre la tumba de su madre que la crema no me produciría granos. "Ni granos ni grasa", insistió. No pareció saber muy bien qué es el petrolatum ni el parafinum liquidum (mis dos venenos odiados) pero me juró que de grasa, ni hablar , y me miró en plan "qué cosas tan tontas y raras me pregunta esta mujer".
No os creáis que me lo tragué todo a la primera, no. Tengo por costumbre pedir la caja y leerme la composición. No sé nada de química, pero si sé cuáles son los ingredientes venenosos y ¿qué encontré en la caja? Ni rastro de ellos.
Tuve la precaución de pedirle muestras para usarlas primero -en el fondo voy a aprendiendo-, además de llevarme la crema. Cara carísima, por supuesto. Hay que pagar el frasco, la campaña de marketing y a la modelo.
¿Y qué ocurrió? Pues que a la semana tuve que ir a la tumba de la madre del dependiente a pedirle cuentas con mi cara hecha un mapa, una erupción del Vesubio. Devolví la crema sin estrenar, claro, y me fui directa a adquirir mi humilde cremita de frasco feo, además de tres lociones antigranos. Me sobró dinero y todo.
Llevo una semana pelándome sobre la susodicha tumba y sobre la modelo sin poros.
Por cierto, que yo sepa, no hay crema que penetre hasta la dermis, ni que pueda restituir el volumen de grasa subcutánea perdido, ni que tenga efecto botox, ni que ponga tu cara en estado de adolescencia. Lo de las babas de caracol además de una soberana tomadura de pelo, me parece una asquerosidad. Es una venganza contra las mujeres. Alguien debe estar riéndose a nuestra costa. Menos mal que hasta ahí no he caído.
Voy a demandarlos a todos. Lo de las tabacaleras no va a ser nada comparado con mi guerra contra las cremas. Si supiérais la cantidad de porquerías que llevan, las miraríais con asco: las doce plagas de Egipto, granos incluidos.
Os recomiendo que penséis bien lo que os echáis. Os recomiendo ir a un buen dermatólogo a que os aconseje, porque los prospectos de las cremas y sus macro campañas de marketing están pensadas por charlatanes y cuentistas que saben muy bien que el hombre es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra. O mil.